Hay varias formas de viajar a un lugar desconocido: la primera es el paquete turístico que ofrece escasos segundos para las fotos de rigor, en el punto más turístico y concurrido de la ciudad, además de la amplia parada para comprar en las tiendas establecidas por el guía; otra manera es la de preparar hasta el más mínimo detalle del viaje, documentándose sobre el sitio y con el libro lleno de anotaciones siempre a mano, por si se olvida algún detalle histórico; y la última se trata de llegar y pisar ese lugar desconocido sin ninguna idea preconcebida, sin ningún conocimiento, e investigar sus calles desde la curiosidad.
Si bien suelo hacer mis deberes antes de viajar, en el caso de Taipéi llegué con mi mente en blanco, preparada para absorber lo que esta ciudad taiwanesa podía ofrecer. Quizá por eso hay varios aspectos que me sorprendieron y se grabaron fácilmente en mi cabeza:
- Amabilidad. Me resultó llamativo como, a pesar de la clara barrera idiomática, los habitantes de Taipéi se esforzaron por ayudar al pobre turista. Es decir, a mí. La falta de predisposición para ayudar de algunos locales es algo que posiblemente todos, como viajeros, hemos sufrido. Aunque no se deba generalizar, ni para bien ni para mal, diré que los habitantes de la capital me dejaron con la grata impresión de que regalan amabilidad desinteresada al visitante. Algo de agradecer cuando no tienes ni idea de dónde estás y solo sabes decir “gracias” en chino.
- Prepara tu nariz. Sí, eso que en ocasiones hueles por la calle es el stinky tofu. Su nombre no miente, es realmente apestoso, tanto que su fuerte aroma cruzará la calle y llegará brutalmente hasta tu nariz. Las ciudades asiáticas están inundadas de diferentes olores procedentes de todo tipo de comida callejera, pero si visitas Taipéi y un olor identificable ataca tu sentido del olfato ahora sabrás qué es exactamente.
- Perros bebés. Ni uno, ni dos, ni tres, muchos más cochecitos de niño pero sin bebé, al menos humano, vislumbré mientras recorría las calles de la ciudad. Dentro del poco sentido que pueda encontrar a pasear a un animal así, debo admitir que los perros parecían estar muy cómodos y disfrutar del trayecto. Y también confesar que no es el único lugar donde he presenciado estos paseos.
- El tiempo está loco. Posiblemente el único detalle que conocía de antemano, pero claro, una no sabe hasta qué punto llega la locura climática en Taipéi hasta que la vive. Y con una mañana es suficiente para descubrirlo. Con el paraguas en mano, lista para usarlo rápidamente en el momento oportuno, observé el cielo pasar por prácticamente todos los estados posibles: nublado, con lluvia, sol, nublado de nuevo y regalando un par de diluvios.
- Comida inidentificable. Y que debe continuar así. Este detalle es común en muchos países asiáticos, pero aun así me sorprendió la variedad de productos irreconocibles que me encontré al contemplar los puestos de comida. Sinceramente, en estos casos lo mejor es que permanezcan en el anonimato.
- Ciudad artística. Lo más atractivo de la ciudad, lo que me hizo volver a visitarla sin dudar, fue su creatividad. Museos de todo tipo, exposiciones, cafeterías llenas de obras de arte y barrios restaurados que resultan una galería en sí mismos. Taipéi es una ciudad artística gracias a sus creativos habitantes.
- Mezcla de culturas. La capital, a veces, resulta un batiburrillo de culturas asiáticas. A lo largo de una gran calle puedes escuchar música en chino, japonés y coreano, además de ver tiendas procedentes de los diferentes países del continente asiático. ¡Hasta hubo un momento en el que parecía que había regresado a Seúl!
- Mercados interminables. Esos mercados, que resultan difíciles de encontrar por Europa, llenan las calles asiáticas. Taipéi también tiene un buen número de ellos, y de un sorprendente gran tamaño. Toda esa gente, ruido, todos esos productos, el regateo, y sus puestos coloridos llenan los mercados de encanto. Si además se visitan durante el Año Nuevo Lunar, el ambiente es impresionante.
- Templos incontables. Cuando pisas un país como Taiwán, los monumentos tradicionales son los que captan tu atención por lo diferentes que son respecto a la arquitectura tradicional occidental. En la capital no tendrás tiempo para descansar tus sentidos porque en cada barrio un pequeño, pero muy ornamentado templo, con sus monjes y religiosos rezando dentro, te maravillará.
- El pato. Sin tradición alguna que lo sustente me topé con todo tipo de productos de un curioso pato de goma. La gigantesca obra amarilla del artista Florentijn Hofman pasó y se instaló un par de veces en Taiwán, creando tal sensación que la figurita de plástico siguió estando presente en muchas tiendas como souvenir. Curiosamente, cuando llegó el turno de Seúl también tuvo el mismo efecto, aunque cesó la locura tras abandonar el lago más grande de la ciudad coreana.
Estos son mis 10 puntos, esos que se anotaron en mi cabeza al recorrer las calles de Taipéi. Pero, ahora que lo pienso, quizás no deberías haber leído este artículo antes de visitar la ciudad. Tal vez deberías ser como el viajero número tres que llega al lugar por descubrir con la mochila cargada a la espalda y la mente vacía para llenarla de recuerdos. De recuerdos y de tus propios 10 puntos sorprendentes sobre la capital taiwanesa.
¿Qué cosas te sorprendieron la primera vez que visitaste Taipéi?
Foto y texto: Ana Fernández